Desde la antigüedad han sido venerados por las culturas más desarrolladas por su experiencia de vida y su sabiduría, y les han otorgado un lugar destacado en la comunidad. Hay sociedades que son agradecidas con sus mayores, aquellos que han entregado las mejores energías para desarrollo de una nación desde su lugar de trabajo, y los colman de beneficios y atenciones, mientras otras los someten con frecuencia a la indiferencia, al maltrato, ni siquiera los escuchan. Para los viejos la vida también continúa una vez que se jubilan y muchos buscan reinsertarse en su comunidad realizando otras tareas o tratan de concretar las asignaturas pendientes que fueron quedando en camino. Tal vez uno de los aciertos más notables de la Universidad Nacional de Tucumán en los últimos 28 años, fue el programa de Educación Permanente para Adultos Mayores (EPAM), creado durante el rectorado de Eugenio Virla por el farmacéutico Ricardo Somaini y que tuvo como brazo ejecutor a la profesora Teresita Bernasconi de García.
El EPAM fue creciendo en la cantidad de alumnos, así como en sus múltiples variedades de talleres y actividades, y se convirtió en el sentido de la vida de cerca de un millar de tucumanos. En marzo de 2012, comenzaron los problemas por el céntrico local de Rivadavia 417, que ocupaba hace mucho tiempo, debido al incumplimiento en el pago de alquileres por parte de la UNT.
La casa de estudios decidió trasladar la actividad a avenida Sarmiento al 1.200, en el edificio donde funcionaba la ex central termoeléctrica, cedida en custodia por el Organismo de Bienes del Estado (Onabe), que sería remodelada y convertida en un principio en un complejo áulico y de convenciones. Se decidió luego que fuera el destino del EPAM, decisión que levantó muchas quejas en los alumnos.
La actividad se reanudó el 24 de abril pasado en la sede reacondicionada, pero no conformó a un sector que protesta no sin razón por la ausencia de control policial y de tránsito, dificultades en los accesos, invasión de roedores y palomas, aulas sin aislación acústica, la falta de un ascensor que los lleve al primer piso. Pero el pedido de fondo es que se busque otra sede que sea accesible también para personas con discapacidad física.
Luego de ruidosas protestas, consiguieron ser escuchados por el secretario de Extensión Universitaria, quien les contestó que todas las falencias edilicias se atenderán, pero no fue optimista en cuanto al cambio de domicilio, mientras que la directora del EPAM se mostró conforme con la nueva locación. Afirmó que "hay que hacerle algunos arreglos para adaptarlos a nuestras necesidades, como todo lo nuevo" y acotó: "son unas 30 personas las que piden el cambio. Tenemos cerca de 800 inscriptos y unos 600 que van regularmente. Es una cifra normal, nunca asiste el 100% del alumnado, por diferentes problemáticas".
Quienes se ocuparon de la remodelación debieron contemplar las dificultades de las personas mayores, por ejemplo, para subir escaleras o acceder al lugar. Si la instalación de un ascensor demorará un tiempo considerable, debió preverse la actividad en la planta baja. Si bien es difícil conformar a todos, nuestros viejos se merecen el respeto de ser recibidos y escuchados sin tener que apelar a cortar una calle para lograrlo, sencillamente porque son ellos los que le dan vida y sentido al EPAM.